5 de agosto de 2016

PEREGRINO


Un buen día, o un mal día, no lo sé, desperté lejos de casa, lejos de mi familia, lejos del cariño, de la mentira, y creí esta vez que también estaba lejos del desamor. Aprendí a caminar con los zapatos gastados, el pelo revuelto, dormí bajo los bancos de los parques y otras veces tapado solo con la sutil sabana de un mal día.
Olvidé hablar frases de corrido. Ya no escucho el rin angustiante del teléfono por la mañana, ni los tacones de María bajando la escalera. El deber y la prisa ya no significan nada para mí.
Muchas veces emprendí la aventura de amar sin calcular cuánta sangre perdería y fue tanta la pasión que me pinté la cara con algunos recuerdos y salí volando. Hablé con las flores. Los pájaros adornaron mi cabeza. El horizonte era solo una lejana amenaza de muerte y en los espejos vi mis ojos asustados del mañana.
La vida no podía ser solo una esperanza y así dejé de endosar palabras sin fondo. Podía ver el hilo que separaba un estado de otro, la cordura, la locura. Por aquel entonces me restregaba las manos para capear las dudas, mientras subía o bajaba por la incertidumbre de sentir que vivía. Nunca dije pobre de mí, dije: “ay de mí”. A veces solo me molesta el hambre y algunos hombres.
Voy a cumplir muchos años, huelo diferente. Se terminó el amor. Desapareció como la sombra de una mala promesa, como la sombra de una nube efímera que pasa. En la esquina de una caja de cigarrillos alguien escribió para mí: “peregrino”. Una hermosa palabra en la hora de nuestra muerte, amén. Así comencé con los perros y mi olvido.

La imagen fue capturada  por Ana Walter, Escritora y Fotógrafa Colombiana
La persona de la fotografía se llama Acasio. En la actualidad es un  cuidador de perros vagos en Bogotá y un Vagabundo del Dharma nacido en Venezuela.

Sinembargo