21 de octubre de 2016

La Mujer

LA MUJER...
Releía un libro de Louis Pawels del que rescato el siguiente párrafo que hace mención a una comparación entre George Sand y Katherine Mansfield (destacada escritora Neozelandesa).

"... George Sand pasaba de un hombre a otro, con creciente decepción, porque ella misma era un hombre bajo apariencias de mujer y que se conducía en el amor exactamente como se conduce un hombre. Era la falsa mujer, el prototipo de la falsa mujer que actualmente reina en nuestro mundo moderno, nuestro doble excitante, nada más.
La mujer verdadera se encuentra pocas veces . Hoy día ya ni la conocemos, y como dice Giraudoux; “la mayor parte de los hombres se casa con un mediocre remedo de hombre, algo más astuto, un poco más flexible, un poco más bello, se casan con ellos mismos”. George Sand era solo esto, y en pleno romanticismo, prefiguraba esa mujer moderna, tan alejada de la mujer, simplemente la mujer. Por lo tanto entre ella y el hombre nunca sucedía nada milagroso, pues la diferencia entre ambos no era lo suficientemente y no había lugar para el verdadero amor. De ahí la sucesión de aventuras, la excitación y no el deseo, la caza y no la ofrenda. Se ve entonces que es muy pernicioso colocar a George Sand al lado de Katherine Mansfield so pretexto de que ambas sufrieron cierta decepción amorosa.
Se pierden así las nociones indispensables para la conducción de la vida, o sea del conocimiento de la existencia en el mundo de dos clases de mujer: la verdadera, que es rara, y la falsa, que forma legión y que es la única que la mayoría de los hombres conoce hoy. La mujer verdadera es rara y el hombre suele huir de ella, en caso de encontrarla, porque exige del amor algo completamente distinto de ese juego de dos, en el que cada cual sólo se busca a sí mismo. La rehuye, porque es mucho más cómodo hacer el amor consigo mismo, con su doble de pelo largo y talle fino, que atreverse a vivir en el implacable clima de pasión dentro del que la verdadera mujer sitúa el amor, más cómodo que el riesgo del implacable intercambio. La rehuye, también, porque el amor que ella entrega y el que exige en cambio excluyen implacablemente toda cobardía.
La mujer verdadera es la otra en su completa integridad, y es preciso, frente a ella, ser de una idéntica integridad. A la falsa mujer le corresponde el hombre de todos los días, el que se deja estar. Se dice un superhombre, no se dice una supermujer. ¿Por qué? Porque basta decir La Mujer. A ella le corresponde el superhombre, mejor dicho, el hombre preocupado por alcanzar el grado superior de la humanidad.
.......
Sea cual fuere nuestro deseo de amar , y de ser amado realmente, no podemos llegar a este amor permanente y luminoso, porque nada es permanente ni luminoso en nosotros. Si así fuera, nuestro amor permanente y luminoso engendraría en el ser que amamos el mismo amor , lo transformaría profundamente, aun sin que él lo supiera, y así sabríamos que esta gracia de amor con la que soñamos vagamente y de la que hablamos de oídas. Por fin comenzaríamos un verdadero diálogo de ser a ser, mientras que ahora solo balbuceamos, cada cual por su lado, en vano, tendidos uno hacia el otro, y cada uno por su lado, hundido en un limo oscuro y movedizo”.
“Gurdjieff” por Louis Pawels, Paginas 224, 225 y 226. Editorial Hachette, primera edición, 1972.